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Miguel de cervantes

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jueves, 11 de junio de 2020

De París a Pando. El sinuoso camino de Saint-Exupéry hasta tierras uruguayas

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por Miguel Arregui
Pando, circa 1930. Saint Exupéry (segundo por la izquierda) y Angel Adami (extremo derecha)



Locos de la aviación emulan a pioneros de la década del 20. Un grupo de europeos de todas las edades, amantes de la aviación, quieren recorrer el año que viene las rutas sudamericanas de los pioneros franceses del correo aéreo. La línea de Aéropostale, de Brasil a Tierra del Fuego, hacía escala en Pando.

Todos han leído u oído de El Principito, una alegoría sobre la amistad, el amor y la vida en general:
"No se ve bien sino con el corazón". "Lo esencial es invisible a los ojos".

Muchos han oído de su autor, Antoine de Saint-Exupéry, un aristócrata francés venido a menos que dedicó su vida a escribir y a volar, tanto que murió pilotando un avión en la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía 44 años, no mucho después de publicar El Principito.

Algunos saben que Saint-Exupéry, un mujeriego pertinaz, vivió en Buenos Aires entre 1929 y 1931 y que en esa época voló varias veces a Uruguay.

En Uruguay por estos días tres hombres y una mujer hacen cosas de niños inspirados en Saint-Exupéry y personajes por el estilo, porque los ritos son necesarios.

EL RAID LATÉCOERE. Hervé Berardi, un francés de baja estatura y 43 años de edad, se gana la vida como piloto comercial e instructor de vuelo. Junto a otros dos franceses y una suiza alquilaron dos monomotores Cessna 172 y el martes 1º de mayo despegaron de la Escuela Militar de Aeronáutica, en las inmediaciones de Pando. Berardi y sus amigos, que integran un grupo llamado Raid Latécoère, se dieron una vuelta por Uruguay y los países del área con grandes planes: el año que viene pretenden repetir con 10 o 15 aparatos las rutas aéreas que en las décadas de 1920 y 1930, tiempos heroicos de la aviación, cubrió la Compagnie Generale Aéropostale en América del Sur.

Los cuatro adelantados del Raid Latécoère, que buscan un poco de promoción y alivianar la burocracia en las fronteras, se muestran agradecidos con la Fuerza Aérea Uruguaya, que los recibió de brazos abiertos. Terminarán su recorrida el 12 mayo, después de volar entre Montevideo, Posadas, Iguazú, Asunción, Salta, Mendoza, Córdoba, Colonia y de nuevo Montevideo.

Claro que no vuelan viejos Breguet o Laté, aparatos imprevisibles y temperamentales que escupían aceite por cada una de sus juntas, sino modernas y bien probadas cuatriplazas Cessna o Piper guiadas por GPS. Pero estos aviadores se muestran casi tan entusiastas del vuelo como los pioneros. El Raid Latécoère está formado por "todo tipo de gente, explica Berardi: mujeres y hombres, pilotos y apasionados de todas las clases sociales, desde empresarios a empleados, de 21 años hasta 65 o 70 años".

Berardi y los suyos vuelan desde 2007 entre Lézignan-Corbières, en el sur de Francia, y Dakar, en Senegal, siguiendo la ruta de los pioneros de Latécoère y la Compagnie Generale Aéropostale. Recorren 10.000 kilómetros en 18 días y de paso recaudan fondos que donan para la escolarización de niños africanos. Y ahora preparan para 2013 el vuelo entre Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay y eventualmente Chile.

Se inspiran en hechos de casi un siglo atrás. En noviembre de 1918, apenas concluida la Primera Guerra Mundial, un industrial de Toulouse llamado Pierre Georges Latécoère, quien fabricaba aviones, creó una línea de correo aéreo.

Al principio la línea sólo llegaba a España, pero en 1922 se extendía a Argelia, entonces colonia francesa, y a Casablanca, Marruecos. En 1925 arribaba regularmente a Dakar, en Senegal, otra colonia francesa, tras una larga travesía por la desértica costa africana. Más de una vez alguna tripulación accidentada fue tomada de rehén por guerreros árabes del desierto y liberada a cambio de dinero. Fue el caso del legendario Jean Mermoz en 1926, y del uruguayo Tydeo Larre Borges en 1927 (ver recuadro). Otros pilotos fueron asesinados. Desde fines de 1926 el responsable de hacer relaciones públicas con los bereberes y, eventualmente, arreglar rescates en nombre de Latécoère, fue Antoine de Saint-Exupéry, un hombre de reconocido encanto personal.

DE PARÍS A PANDO

Breguet XIV. Bombardero francés de la Primera Guerra Mundial utilizado luego en rutas internacionales de correo


Desde los inicios de su aventura empresarial, el objetivo de Latécoère fue llegar con el correo hasta América del Sur. Los aviones lo cargarían hasta Dakar, cruzaría el Atlántico en barcos rápidos y, desde Natal, Brasil, se dirigiría de nuevo en avión hacia el Cono Sur americano. Pero Latécoère perdió la mayoría de su empresa postal, que en 1927 pasó a ser controlada por un banquero francés radicado en Brasil, Marcel Bouilloux-Lafont, quien la denominó Compagnie Generale Aéropostale.



La gente de Latécoère "pasó por primera vez por Uruguay en enero de 1925 en dos pequeños biplanos Breguet 14 liderados por Joseph Roig", cuenta el teniente (R) Juan Maruri (80), historiador de la aeronáutica nacional y asesor de la Fuerza Aérea Uruguaya; "exploraban la creación de una línea Natal-Río de Janeiro-Buenos Aires".

Ese trayecto regular, llamado "Línea Mermoz", se inauguró el 1º de noviembre de 1927 con escala en Montevideo. Entonces era la más larga del mundo: 13.000 kilómetros que se volaban noche y día. "Una carta de París podía llegar a Buenos Aires en ocho días y medio, cuando sólo por barco el plazo era de dos semanas", se sintetiza en Grandes épocas de la aviación, una serie de libros de Time-Life.

Los franceses hacían escala en el aeródromo de Melilla, creado en 1920 por iniciativa, entre otros, del periodista Ángel Adami (1879-1945), pionero de la aviación civil en Uruguay y responsable de la apertura de varios aeródromos. Desde 1946 el viejo campo de aviación de Melilla lleva su nombre.

"Luego Aéropostale adquirió un campo de 124 hectáreas cerca de Pando que le sirvió de aeropuerto", precisa Juan Maruri, quien ha publicado más de una docena de libros sobre aeronáutica. Se construyó una casilla para el telegrafista y un hangar traído en partes desde Francia. Jean Mermoz, el piloto estrella, aterrizó en Pando por primera vez en agosto de 1928.

El aeródromo de Pando, el mismo del que el martes pasado despegaron Hervé Berardi y sus compañeros del Raid Latécoère, fue la génesis del actual Aeródromo Militar José Artigas, ubicado junto a la Escuela Militar de Aeronáutica. El viejo hangar francés, reacondicionado, ahora sirve de gimnasio.

Antoine de Saint-Exupéry se instaló en Buenos Aires como representante de Aéropostale en octubre de 1929, desde donde volaría a Pando en varias ocasiones. Su crónica novelada Vuelo nocturno (1931) se basa en sus experiencias en Argentina. La línea se extendió hasta Paraguay, Santiago de Chile y Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente.

Por entonces la Aéropostale utilizaba aviones Laté (fabricados por Latécoère) 25, 26 y luego 28, más modernos y confiables que los viejos Breguet.

Mermoz y dos compañeros cruzaron el Atlántico entre Dakar y Natal el 12 de mayo de 1930 en un hidroavión Latécoère. En la era del e-mail, barato e instantáneo, parece risible que se realizaran tantos esfuerzos para transportar correo.

FIN Y PRINCIPIO. La Gran Depresión internacional iniciada en 1929 fue impiadosa con la Aéropostale, como con tantas otras cosas. La compañía quebró en 1931, cuando contaba con unos 1.500 empleados y más de 200 aviones, aunque continuó operando asistida con dineros públicos, lo que dio lugar a un escándalo. En 1933 se integró con otras cinco compañías para crear Air France, la línea nacional francesa. Entonces debía competir en América del Sur con rivales abrumadores: la Pan American, creada en 1927 por el pionero estadounidense Juan Trippe, y una constelación de líneas controladas por la estatal alemana Luft Hansa Aktiengesellschaft.

Los vuelos de la Aéropostale-Air France entre Brasil y Buenos Aires se tornaron directos, salvo alguna escala en Durazno. El aeródromo de Pando se transformó en la Escuela Militar de Aeronáutica a fines de 1937.

Mermoz desapareció en el océano Atlántico el 7 de diciembre de 1936 mientras volaban con correo rumbo a Natal, Brasil, en un hidroavión cuatrimotor Latécoère 300 llamado Croix du Sud.

La historia del correo postal francés en América del Sur y de sus pioneros acabó en 1939, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. El peregrinaje el año que viene de los pilotos del Raid Latécoère, si es que se hace, será un paseo nostálgico tres cuartos de siglo después. O puede ser una nueva forma de principio, una nueva pequeña historia, según las palabras que el empresario Pierre Georges Latécoère dirigió apenas terminada la Primera Guerra Mundial a los pilotos militares desocupados y escépticos: "Tal vez ustedes crean que la aviación se ha terminado; yo creo que empieza".
Tydeo Larre Borges, Charles Lindbergh y otros aventureros

El sanducero Tydeo Larre Borges (1893-1984), un oficial del Ejército uruguayo formado en Francia y pionero de la aeronáutica militar, trató de cruzar el océano Atlántico en avión por primera vez en 1927. Financiado por un comité nacional, adquirió en Italia un hidroavión Dornier Wal, lo denominó Uruguay y partió rumbo a América del Sur junto a tres militares compatriotas: su hermano Glauco, José Luis Ibarra y José Rígoli. En marzo de 1927 debieron amerizar cerca de la costa del Sahara español. Guerreros árabes los mantuvieron en cautiverio durante ocho días, hasta que el gobierno español pagó por la liberación. Dos pilotos de la Latécoère francesa, Leon Antoine y Marcel Reine, actuaron como intermediarios y rescataron a los cuatro uruguayos.

En 1922 dos portugueses atravesaron el Atlántico Sur, de Portugal a Brasil, de isla en isla, incluidos dos cambios de avión, en 79 días. Entre el 22 de enero y el 10 de febrero de 1926 el español Ramón Franco -hermano de Francisco, quien sería dictador de España entre 1936 y 1975- junto a otros 3 pilotos voló en un hidroavión Dornier Wal llamado Plus Ultra entre Palos de la Frontera y Buenos Aires, con muchas escalas, incluso en Montevideo.

El estadounidense Charles Lindbergh, quien fue piloto de correo aéreo, voló solo y sin escalas entre Nueva York y París el 20-21 de mayo de 1927, en 33 horas y media. Ya en 1919 el Atlántico Norte había sido atravesado en un biplano bimotor sin escalas pero con dos tripulantes. Lindbergh utilizó un pequeño avión monomotor, el Spirit of St. Louis.

Tydeo Larre Borges insistió y obtuvo el patrocinio de Lorraine, fabricante francés de motores de aviación. Entre el 15 y el 17 de diciembre de 1929, junto al militar francés León Challe, atravesó el Atlántico entre Sevilla, España, y Natal, Brasil. Debieron realizar un aterrizaje de emergencia en su monomotor Breguet 19. Larre Borges y Challe, que resultó herido, llegaron por fin al aeródromo de Pando en un avión pilotado por Jean Mermoz, de la Aéropostale. Fueron recibidos por una multitud y el presidente Juan Campisteguy. El aeropuerto de Paysandú lleva el nombre de Larre Borges, el primer piloto sudamericano en atravesar el Atlántico, al igual que un equipo de basquetbol de Montevideo.

miércoles, 8 de abril de 2020

Narrativa de nuestros escritores

Nair Montero


EL ASCENSOR


La Torre de las Telecomunicaciones casi en penumbras, se alzaba imponente observando como en la bahía, intercambiaban sus reflejos las luces de la ciudad circundante y los últimos rayos del sol de octubre.
-¡Por favor, que alguien lo detenga!- gritaba desaforada la muchacha rubia.
El pasillo largo, vidriado, e inundado de luz de neón, no le permitía ver lo que sucedía en la puerta del ascensor, como de costumbre, repleto de empleados.
Instintivamente pasó su bolso por el cuello y se quitó los altísimos zapatos de tacón, y con ellos en la mano, recorrió rápidamente la distancia que la separaba de esa “maldita caja” –pensó para sí misma-, la número seis, única disponible para realizar el último recorrido hasta la calle, desde el piso dieciocho, también, único habitado a esa hora.
Un importante certificado de importación de insumos informáticos, que debía ser enviado el lunes a primera hora, la había retrasado y no quería suponer que tendría que bajar peldaño por peldaño esos dieciocho pisos, y todavía encontrarse con la cara malhumorada del portero, si alguien no detenía el ascensor a tiempo para esperarla.
Jadeando divisó el anillo de sello dorado, en la grande y regordeta mano del hombre de traje marrón, que le dirigía insistentes miradas todas las noches, esta noche impidiendo que la puerta se cerrase.
Ante estas circunstancias, fue ella quien le dirigió una agradecida sonrisa y un dulcísimo “gracias” por su gentileza. Ya adentro, y recostada sobre el espejo posterior, pudo retomar el aliento, y agradecer a los demás pasajeros, la espera. Hizo caso omiso a alguna que otra mirada molesta, a otras
desdeñosas, a otras indiferentes, y calzó nuevamente sus zapatos.
El ascensor comenzó a deslizarse suavemente hacia abajo, esparciendo en el espacio cerrado y demasiado cargado de gente, una variedad de perfumes, ácidos unos, densos y dulces otros, pero todos habiendo cumplido ya, las horas suficientes para que no resultasen agradables.
Como era viernes casi noche, reinaba el silencio. Todos estaban deseosos de sortear esos pocos minutos que los separaban de un fin de semana libre.
De pronto, la luz rojiza que anunciaba la carga completa,se apagó. Se oyó algún suspiro de sorpresa, pero ninguna palabra. A pesar del cansancio todos notaron que el suave desplazamiento hacia abajo, iba siendo reemplazado por otro, a una velocidad vertiginosa, y entonces comenzó el monólogo de preguntas:
—¿Qué está pasando? ¿Estamos cayendo? ¡Por favor! ¿Qué sucede?, y entre piso y piso, el ascensor a la deriva, aminoraba la velocidad para retomarla casi de inmediato, más rápida aún, y en ese resplandor momentáneo, podían verse bocas abiertas, puños crispados, ojos desorbitados por el terror, brazos que buscaban el apoyo de otro brazo, cuándo momentos antes, parecía imposible que se tocasen siquiera.
Parpadeaba la luz indicadora al transponer cada piso, pero -pensó la muchacha- ya había transcurrido tiempo suficiente para que hubiese llegado a destino, o para que por lo menos, se hubiese hecho trizas en el vacío, pero no, seguía descendiendo cada vez tomando una velocidad increíble. Ahora sí, el sonido de algún cuerpo que no había resistido el vértigo o el miedo, y se había desplomado. Gritos ahogados al principio, horrorizados después, todo en la más completa oscuridad, ya que la luz de los entrepisos había desaparecido y todo era abismo, Ella, desprendió su abrigo y los botones superiores de su blusa, no podía respirar, “esto es el fin” pensó, permaneciendo muy quieta, cuando se sintió retenida en el círculo de dos brazos.
De pronto y tan inesperadamente como había comenzado el elevador se detuvo completamente.
Un estruendo cercano, y otros más lejanos y apagados.
La chica rubia con su rostro pegado a un pecho desconocido, pensó que estaba en el centro mismo de la tierra, pero no hizo el menor intento por moverse, es más, se sentía cómoda y segura. Nada se movía a su alrededor. Un chasquido metálico parecía anunciar el fin del viaje, el botón que mostraba PB se encendió y la puerta se abrió con alguna dificultad. Ella fue conducida gentilmente hacia la salida, se dejó llevar, subió algunos escalones y varias estrella fugaces pasaron cerca de su rostro. Un vasto universo azul se abrió ante sus ojos atónitos. Miró sobre su hombro izquierdo y reconoció el sello dorado en la mano regordeta del hombre del traje marrón, pero ya no era esa mano floja y tonta sino, una firme y sugerente.
Una apacible indolencia la envolvió. Lo que parecían pequeñas lunas llenas, dejaban a su paso deslumbrantes estelas de luz, y multitud de soles multicolores, giraban a su alrededor en infinitas espirales. Sin saber por qué, le recordaron a la ruta Interbalnearia, abarrotada de tránsito, los domingos por la tarde.
Miró hacia atrás y en lo que parecía ser el ascensor abierto, las personas se habían quedado dormidas unas sobre otras. No comprendía por qué solamente ellos dos estaban en movimiento, y tampoco quienes abrían el portal de una especie de pirámide gigante, en cuya escalinata, más bien un laberinto, en el que se encontró subiendo de pronto. En las paredes metálicas a ambos lados del mismo, un sin fin de altavoces en diferentes idiomas, daban las instrucciones de cómo abordar el excéntrico y sofisticado vehículo, situado a pocos metros de ellos.
La joven intentó quitar un mechón de cabello de su rostro sin conseguirlo, su mano estaba pesada y torpe. Quiso reconocer su idioma, pero no podía coordinar al mismo tiempo su pensamiento y sus pasos, además estaba descalza, en algún lugar había perdido sus zapatos y su bolso.
La temperatura iba entibiándose agradablemente, y la mano la conducía de continuo, así que, no necesitaba pensar mucho.
Los asientos blanquísimos eran mullidos. Invitaba a recostarse en ellos, estaba agotada, y así lo hizo. Los otros pasajeros estaban instalados cada uno en sus lugares y agitaban sin cesar infinidad de piernas y brazos larguísimos, enfundados en plateados “monos” –aquí también tuvieron que esperarme- logró razonar con una media sonrisa antes de caer rendida.
La difícil misión en el planeta Tierra estaba parcialmente cumplida, mientras una larga sirena se dejaba oír, cada vez más aguda.
Muy lejos de ahí, un hombre joven llegaba desesperado a la calle Paraguay, e intentaba, sin lograrlo, transponer el cerco policial que le impedía llegar hasta el edificio donde había ocurrido el accidente.
Minutos antes había escuchado la noticia. “Un elevador se precipita desde varios pisos, ante una falla del tendido eléctrico... lamentablemente no hubo sobrevivientes.” Era lo que repetía el locutor del noticiero de televisión, mientras él se acomodaba en el sofá con dos aperitivos servidos esperando a sus comensales. Sin comprender bien lo sucedido, reconoció de inmediato, las oficinas donde trabajaba su esposa.